diciembre 03, 2010

04 No te alejes

Mi pequeña hermana había cambiado mucho desde entonces. Siempre había sido guapa, pero ahora destacaba más, un pelo más largo, mucho más alta, casi tanto como yo, teniendo en cuenta que en aquel año, aunque para los demás eran seis, en realidad nos llevábamos tres años.

- Mira qué bonito, Andrés, ¿puedo entrar? – me decía junto a un escaparate de ropa.

- No tardes, – le contestaba, y ella me dio un beso en la mejilla.

Volvíamos de casa, y yo tenía que cuidar de ella. Lo había hecho ya en el San Claire, y me parecía estupendo. Con el tiempo aprendí a mantenerme pegado a los demás: no me gustaba cómo me comportaba cuando me alejaba de todo, cuando vivía por mi cuenta sin el calor, al menos, de una persona. Y aquella cercanía, aquella familia, reconozco que era algo bueno.

Mientras esperaba en la puerta, pensando, le vi. Allí estaba, el hombre alto de tez oscura que nos había estado observando, que nos había seguido.

- Quédate por aquí, Paula. Ahora vengo – le dije entrando en la tienda.

Salí para acercarme más a él, asegurándome de que Paula estuviera entretenida. Cuando notó que lo hacía se dio media vuelta y desapareció.

Me puse a correr. Le perseguí por las callejas sin ninguna dificultad, recortando él distancias a la carrera, y yo cuando pasábamos entre la gente.

Parecía que sabía bien donde iba, su casa o un punto de reunión quizás, un local cerrado de ladrillos y carteles viejos por fuera, vacío y sin enlucir, lleno de suciedad, en el que se metió y yo detrás, cerrando la puerta metálica con un golpe, al que le siguió el de un bastonazo en mi espalda.

Caí al suelo y di un par de vueltas sobre unos cartones para alejarme de él, pero también se movía rápido, y ya estaba sobre mí, buscando mi cuello para inmovilizarme. Me estiré todo lo que pude antes de sentirme ahogado y le golpeé entre las piernas y en el riñón con fuerzas. Cuando ambos giramos le golpeé nuevamente, intentando quitarle el bastón, y al palpar su cintura noté la daga que llevaba, y la saqué dándole un corte en el brazo.

Me hubiera alejado. Di unos pasos hacia la puerta, pero Miguel se había empeñado en que no podía salir de la habitación, y cuando volvió a abalanzarse sobre mi, le clavé la daga en el estómago.
         

No hay comentarios: