febrero 25, 2011

12 Nunca digas nunca hamás

Aquel día la llevé al faro, al pequeño edificio abandonado entre la última barriada y el pueblo, pegado al mar, en el que me había hecho todo un refugio limpiando y trasladando algunas cosas para hacerlo habitable, un escritorio, un sofá verde, la mitad de una nevera,…

No era tanto por alejarme, me sentía bien rodeado de personas. Pero como solitario, también a veces necesitaba un espacio solo para mí. Y ahora lo compartía, le enseñaba a Laura el modo secreto de entrar. Y accedíamos dentro. La preocupación que tenía por si era peligroso se esfumó cuando contempló las vistas.

Es curioso cómo cambia todo, te acostumbras a un modo de vida, incluso juras cosas que crees para siempre, y luego se desvanecen. Para mí era nueva etapa, después de tantísimos años sintiendo una necesidad conocida, pero no explorada. La dificultad que implicaba por mi apariencia y la abundancia de tiempo me habían llevado a concentrarme en otras cosas. Y como nueva, casi un mundo.

Si cada etapa es distinta, cada etapa es única de vivir intensamente, a su modo, y es importante entenderlo así. Y aunque haya que vivirla en su presente, sin anclarse en etapas pasadas, aprovechándolas al máximo, también hay que mantener parte de la chispa de otras ya vividas.

Y nosotros, nos besábamos como niños, en un perfecto giro sin atender a las olas, ni su sonido, ni las gaviotas. Descuidados pequeños que descubren por primera vez un nuevo amor que no quieren soltar.

Descuidados. Fael nos observaba, pero entonces no lo sabía.

febrero 18, 2011

11 Todo un mundo ahí fuera

Disfrutaba en los recreativos. Casi todos pasábamos por allí de vez en cuando. Julio jugaba al billar, practicando para ganarme, seguramente. Yo estaba en una mesa, esperando a Laura, observando la escena que tanta curiosidad me ofrecía.

Paula reía sentada con sus amigos, y su novio. De vez en cuando me miraba para comprobar que yo no la miraba, y así creía, pues yo disimulaba. Algunos compañeros machacaban las máquinas, o jugaban al futbolín, o hablaban con el simpático camarero, riéndose del otro, más borde.

Sin duda era todo un mundo aquello, un lugar raro y algo loco si estabas mucho tiempo, pero alegre. Veías a la gente reír, despreocupados, moviéndose todas las cabezas al son de un baile desigual. Y entre todas las risas, sus ojos, esa mirada reconocible: Fael estaba allí.

Se me cambió la cara, incluso el cuerpo. Me levanté y caminé con tranquilidad hacia la salida, y hacia una de las calles laterales. Fael me siguió de cerca creyendo seguramente que hablaríamos, pero de nada quería yo hablar.

- ¿Qué demonios quieres? – le grité a la cara tras cogerle de la ropa y pegarle con fuerza a la pared. Él me sonreía. – Te dije que me dejaras en paz, ¿no te basta como respuesta? –

- Creo que no es lo que quieres, pequeño. He venido a hacerte una propuesta -.

- No me interesa – dije rápido, y me volví. Entendí entonces que no le valían las respuestas, que me gustase o no, tendría que intervenir de alguna forma.

- Yo creo que sí, y tú no la has oído todavía -. Ya me estaba alejando, pero había durado poco el farol: en cuanto volvió a hablar corrí hasta él y de nuevo le golpeé contra la pared. – Quizás a alguno de tus amigos sí le interese… -

- Escúchame bien, inmortal. No sé como matarte pero te aseguro que si te vuelvo a ver por mi vida encontraré la fórmula, o al menos te causaré un dolor tal que tardarás un par de vidas en olvidarme -.

Le solté mientras le observaba con la respiración entrecortada por el esfuerzo. Ya no sonreía. Cuando iba a hablar otra vez volví a interrumpirle de golpe, marcándole lo poco que me importaba lo que dijese, y en un intento de supremacía.

- Lárgate. Hay mucho mundo ahí fuera. No me necesitas para nada, hagas lo que quieras hacer. Y yo no te necesito. Así que déjame en paz –. Me di la vuelta y me fui despacio, sin volverme siquiera al grito de su respuesta.

- No sabes lo que quieres. Podríamos dominar todo el mundo de ahí fuera, y te empeñas en una pequeña porción, pareces un bebé encerrándote con mortales. ¡Claro que me necesitas!, pero no quieres verlo -.

febrero 11, 2011

10 Cruel es

La guerra es muerte, ya lo sabes, y los que esperan otra cosa solo mueren engañados. Yo me movía con la agilidad adquirida con los años, y con la valentía del que no tiene nada que perder. La gente se sorprendía de mi corta edad y de mi arrojo, pero ante la necesidad, no vacilaba su moral, y me convertía en un mensajero de punto a punto, corriendo entre los silbidos de las balas. Ya lo había hecho en España, y las balas siempre son iguales, aunque suenen diferente.

Todo terminó “haciendo el gato”, como te conté, pero antes había estado viviendo con una familia. Comprobé entonces hasta dónde podemos ser crueles, sobre todo cuando nos aferramos a conseguir algo, o cuando la guerra de nuestro alrededor nos coloca donde no queremos estar.

Cuando el comando llegó mi padre se empeñó en escondernos, desconociendo que podría haber ayudado. Acabé solo en el sótano, encerrado ante mi insistencia, desde el que oí los gritos, los disparos, y luego nada.

Permanecí dos días enteros encerrado hasta que la avanzadilla rompió el candado, y bajó al sótano, donde desenrollaron en la mesa del centro unos mapas, y comenzaron a discutir entre ellos.

¿Cómo lo hice? Bueno, algo les entendía, y antes de que abrieran la puerta moví los muebles de la esquina hacia adelante. Estaba desesperado, lo que me hacía más vivo. Un escolta se acercó al armario con el fondo roto, abrí ligeramente la puertecita, cogí su arma y disparé. Retrocedí y me colé por el boquete, repté como pude por detrás de todos los muebles, hasta la caldera, donde vi como el resto de militares disparaban asustados a su compañero y, a la caída de este, a un armario vacío.

Los maté a todos. No recuerdo pensamiento alguno, ni negativo, ni satisfacción. Tan solo disparé con precisión, por si me quedaba sin balas, y con suficiente rapidez. Subí los escalones despreocupado, encontrándome con dos soldados que aparecieron corriendo, asustados, y cargando sobre mí, matándome con siete años.

Pero no me importaba, es más, fue perfecto no tener que buscar otra muerte.

febrero 04, 2011

09 Perfecto giro

- Un reloj, es perfecto, gira continuamente, siempre trazando el mismo círculo -.

- Sí que para. Es el tiempo el que no se detiene. Pero la máquina, en alguna vuelta tiene que detenerse -.

Tumbados en el sofá verde hablábamos, Laura y yo, de mil cosas, algunas sin importancia, y otras con la mayor del mundo para nosotros.

- ¿Entonces? –

- Te declaro mi… -

- No. Nada de declarar – reíamos -, es absurdo -.

- Tienes razón, declaramos también en la aduana. Es una palabra absurda.

Laura me sonreía, y se apretaba más contra mi, gesto propio de a quien no le basta el tacto de la piel, y busca sentir un mínimo de latidos.

- ¿Cómo lo dirías entonces? – le preguntaba.

- ¿Cómo dirías qué? Porque son muchas cosas las que podrías decir. Lo que pasa es que la gente suele reducirlo todo a contadas expresiones -.

Hacía algo de frío en el salón, pero no lo notaba, absorto en la conversación, en su cuerpo, en sus ojos.

- Que eres única, y tan especial que nunca hubiera imaginado que existías, y que ahora adoro el privilegio tan solo de observarte -.

- De esa manera, tal y como lo has dicho -.

Y volvimos a hacerlo. Nos envolvíamos y nos besábamos dejando caer la tarde, girando sin preocupación.

- Me encantaría detener el tiempo, pararme dentro de esta habitación, contigo -.

- Si viviéramos para siempre, no encontraría otro lugar mejor en el que estar -.