noviembre 04, 2011

01 Entre trenes

Después de aquello me marché. No podía seguir viviendo en aquel lugar como si no hubiera pasado nada, yo no era humano que deba aceptar porque, puedo esperar otras cosas. Puedo esperar lo que quiera. Además, Miguel me había dado un nuevo objetivo: buscar a Laura.
    
Abandoné a mis padres, a mi hermanita Paula, la que más sufrió sin duda, y dejé todo para recorrer el mundo, conocer gente, como yo, ahora que sabía de mala mano que no estaba solo. Y con la esperanza de encontrarme con ella, otra vez.
    
Huí de allí sin morir, pues para viajar necesitaba cierta edad, y así me mantuve unos años, viajando por toda Europa, de tren en tren.
    
Me acostumbré a aquella vida sin preocupaciones, sin responsabilidades, tan solo aprendiendo, conociendo, manteniendome entretenido para no estar triste, manteniendome vivo siempre dentro de un vagón.
    
Pero las estaciones pasaban, y no me topé con ninguno como yo, hasta que unos años después reconocí el brillo en los ojos de una mujer de apariencia joven, sentada junto a la ventanilla del tren. El corazón se me escurrió hasta los pies con las sacudidas del vagón, empujado por un pensamiento que sabía improbable: ¿sería Laura?
     
Mientras me levantaba ella se giró, y me vio los ojos. Se levantó apresurada y aceleró el paso por el pasillo, mientras le seguía, hasta el espacio entre trenes. Allí la perdí.
    
Vi la ventanilla abirta y me asomé. ¿Había saltado, o quizás…? Cuando logré subir hasta la parte superior del vagón la vi alejarse en la misma dirección en la que avanzaba el tren, caminando con una gran prudencia y agilidad, asegurando cada paso. Fui tras ella con la misma habilidad, una destreza precavida adquirida con los años.
     
El viento nos golpeaba en contra de nuestro avance, pero ninguno de los dos temíamos caer, acompasando nuestros pasos a las sacudidas, para evitar golpes fuertes. Llegué hasta el nuevo espacio por el que había bajado segundos antes, tras el primer vagón. Bajé rápido, al tiempo de ver la puerta del maquinista cerrarse, y corrí para empujarla e irrumpir en la habitación antes de que la cerrara del todo. En el suelo había ya un hombre tendido, inconsciente, y la joven apuntaba con un cuchillo a otro que se afanaba por el miedo a los mandos del aparato.
    
- Tranquila – le dije mirándole a los ojos.
    
El corazón me latía fuerte. Después de tantos años practicamente inmóvil, volver a estar al límite de las situaciones me gustaba. No sabía con seguridad qué hacer a continuación, pero algo si tenía claro: no era Laura.
      

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