diciembre 09, 2011

06 Giran las ciudades


La ciudad se presentaba vertiginosa, una inmensa marea de quehaceres, una explanada en la que solo se detenía la fugacidad. Nunca me gustaron las grandes ciudades, donde la libertad la ponen en duda los mismos que la nombran, donde los hombres olvidan sus motivos.

Además, para nosotros era más difícil pasar desapercibido. Bueno, no para todos. Algunos la tomaban como su propia jungla, y hacían de estas su escondite perfecto. Los del sétimo círculo, por ejemplo.

Iréf pasaba totalmente desapercibido. Yo tardé en encontrarle, y lo perdía de vista si no le prestaba toda mi atención. Era como un camaleón (así le llamábamos) moviéndose entre el bullício y las prisas de la masa, lento, lentísimo, como un caracol.

Viví un tiempo con él, en su casa, aprendiendo de lo que había almacenado tras tantos años de existencia, y ayudándole en muchas tareas que, aunque no lo necesitase, me empeñaba en realizar, creo que por que me daba pena. Iref no renacía como yo, era extremadamente longevo, y por una sencilla razón: todo su ser, su metabolismo, su cuerpo, se movían extremadamente lento.

Y lo que podía parecer una desventaja era en realidad un método sorprendente de supervivencia: nadie se fijaba en él. Si mirabas a un grupo de personas, en una fiesta, en la calle, si no sabías exactamente dónde estaba, si no te concentrabas en su figura, no llegabas a verle. Los ojos, acostumbrados a otro ritmo, bailaban de persona en persona sin prestarle atención y por lo tanto, sin dar con él. Incluso cuando pasaba a tu lado por un pasillo, en las escaleras, tenías la sensación de una sombra que te mira inmóbil, pero si no le dabas importancia, no llegabas a verle.

Era una sensación extraña, un concepto curioso que, aunque ventajoso, cualquiera apostaría como condena, en mitad de un mundo en constante movimiento, una condena que te incapacitaba para todo, durante años y años.

Sin embargo él no tenía esa sensación, ni ese pensamiento. Para él no era una condena, era lo normal. Vivía a su ritmo como cualquiera de nosotros, sin problemas, y ocupado en su tarea personal de recopilar, despacio, poco a poco, información sobre nuestro mundo, el mismo que le daba la espalda al girar. Pero para él, igualmente giraba.

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