enero 13, 2012

08 No abusen


Paul y yo fuimos muy buenos amigos. Nos conocimos en Francia, tras la guerra. Muchos de nosotros querían tomar las riendas de los países que nos habían llevado a un nuevo desastre humano. Paul llegaría a influir notablemente en esta tarea.

Yo compartía con él ciertos aspectos de su lucha. El “no intervengas” se me había quedado inútil, sobre todo tras lo sucedido. Y, para agravar, habían surgido inmortales sedientos de dominio a los demás. Durante un tiempo, Paul y yo nos convertimos en el equilibrio de esa balanza, persiguiendo y eliminando a los que creíamos entrometidos.

En esa tarea nos conocimos precisamente. No pude quedarme quieto cuando descubrí aquella organización y lo que hacían. Por más vueltas que le daba, sabía que tenía que intervenir. Y entonces, él dio conmigo. Me descubrió mientras les observaba.

Él hacía lo mismo: preparaba el ataque para desmantelarlos, y tras las presentaciones, me convenció de que le ayudara. Tenía más interés que yo en hacer que aquellos seres desapareciesen para siempre, quizás porque eran de su mismo círculo.

Y, ¿sabes?, de todos con los que me he topado, eran los más extraños. Paul, como los de su círculo, como todos los de aquella organización, “crecían conforme consumían”, como decían ellos. Si no comían, ni se drogaban, ni tenían relaciones sexuales u otras experiencias placenteras, se mantenían con la misma edad, regenerando sus heridas.

Cuando nos conocimos ambos teníamos la misma apariencia de edad, alrededor de los veinte. Los de su círculo solían crecer hasta esa edad, en la que descubrían su naturaleza, y muchos de ellos como Paul se mantenían eternamente jóvenes, sin “consumir” experiencias, hasta que se cansaban de tener siempre la misma edad. En ese aspecto son idénticos a nosotros.

Pero la decisión, como en todo, dependía de cada uno. Había quien, sabiéndolo, optaba por una vida normal, una vida de mortal. Aquella asociación atentaba no solo contra el “no intervengas”, sino también contra ese deseo de libertad e individualidad: secuestraban a niños que creían de su círculo y los encerraban, para que no consumieran, para que se mantuvieran eternamente vivos.

Buscaban un ejército de inmortales adoctrinados, y lo hubieran logrado si nuestra intervención no hubiera sido al inicio de su macabro proyecto. Y, para ser sincero, disfruté aquellos años de justicieros, destruyendo a todo el que queríamos, interviniendo.

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