enero 20, 2012

09 Es hora de crecer


Agachados tras los contendedores del callejón les observábamos actuar. En fila, como patos, introducían a un grupo de niños muy pequeños en el edificio, un local que abría por las noches y les servía de refugio.

- No es un afotaleza como ellos creen – me decía Paul -, no es impenetrable -.

Paul se pasaba los días sin comer, sin “consumir nada”. Y al igual que yo se mostraba joven, fuerte, con ganas de entrar en acción.

- ¿Dónde les retienen? -

- En una de las habitaciones. En la primera fase mantienen a los niños allí encerrados durante días, sin comida, para que no crezcan, y se vayan adoctrinando. Pero no todos son inmortales de mi círculo, no aciertan al cien por cien en la selección. Y les da igual.

Tenía razón: cuando entré encontré un panorama dantesco, con cadáveres pequeños arrinconados bajo la asustada mirada del resto de los niños.

- En la segunda fase salen acompañando a uno de los mayores, que les dominan y continuan adoctrinando mediante amenazas -.

- ¿Y el líder? – le pregunté.

- No se deja ver, actúa siempre a través de sus generales. Cuando entremos, si no falla nada, debería estar en el despacho de abajo, que usa como dormitorio, en el otro extremo de la planta -.

Nos preparamos para entrar, y comenzó la acción. Paul pasó por la puerta principal, fingiendo ser un adepto, y su misión era abrirse paso hasta el líder, y matarlo.

Unos minutos antes entré yo por una de las ventanas del último piso, y debía liberar a los niños encerrados, a los que les daba chocolatinas para convencerles de que era de los buenos: todo un sacrilegio para aquella organización.

Me abría paso silencioso, cortando con un cuchillo las gargantas de la oposición con la que me encontraba. Si no “consumían”, regeneraban sus heridas. Por eso no podía fallar en cada golpe: debían ser heridas mortales.

Los niños me seguían tras rescatarles por los pasillos hacia la planta inferior, donde yacían los cuerpos de los que intentaron frenar a Paul. Pero presentí por el silencio que algo no iba bien.

Dejé allí a los niños y me deslicé con rapidez hasta el despacho, una amplia habitación con muebles barrocos, una gran cama separando la estancia, cuadros, estatuas,… como si fuera un palacio. Un niño hablaba con Paul en el centro. Ninguno de los dos me vio entrar y esconderme tras la cama.

- No lo haces porque reconoces que tenemos razón, ¡admítelo! – le gritaba el niño a Paul.

Paul estaba inmóbil. Yo salté sobre el niño con rapidez y le corté el cuello. Miraba como se desangraba mientras limpiaba el cuchillo.

- No pude hacerlo. No, no sabía que era un niño. No he podido -.

- No te confundas, Paul. Este ha vivido mucho más que tu y yo juntos, creeme -.
  

No hay comentarios: