noviembre 27, 2009

08 No es mi primer día

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- Cámbiate Paulita, date prisa que vamos a llegar tarde -.

- En el San Claire nos levantábamos más tarde -.

- Bueno, pero ya no estás en el orfanato. Y no querrás que lleguemos tarde a la escuela. Anda, cámbiate. Y avisa a tu hermano, ¿quieres? -.

La pequeña golpeó en mi habitación y entró resuelta, lanzándose sobre mi cama, pero yo ya estaba despierto, y la esperaba sentado en mi silla. Cuando creyó haber caído sobre mí para aplastarme le lancé dos cojines encima. Pero no terminó como había planeado: tras mi embestida cogió la almohada y giró su pequeño cuerpo hasta tenerme al alcance. Antes de que pudiera levantarme me golpeó, tirándome al suelo. Y yo empecé a reír.

- ¿Estás bien, hermano? – me dijo Paula, mirándome desde la cama.

- Si, no te preocupes – le dije – anda, date prisa que llegamos tarde -.

- Tenía razón, ¿verdad que tenía razón? – empezó, bajándose de la cama.

- ¿Quién tenía razón? –

- Elena. Me dijo que cuando nos fuéramos con esta familia seríamos muy felices -.

- Si, tenemos mucha suerte de estar aquí. Anda, vete ya, que es tarde – y corrió hasta su cuarto.

De nuevo, una familia, en Málaga ciudad, bonito lugar sin duda. Hacía mucho tiempo que no vivía así, y había que aprovecharlo ahora que me había acostumbrado. Pero, ¿viviría allí, con Paula, mi nueva hermana pequeña, y con nuestros nuevos padres, hasta cuando, tres años más, o aún más, o menos,…? No lo sé, tenía muchas dudas que no quería afrontar. Tan solo, tenía ganas de vivir tranquilo, no tan solo.

- Vamos Andrés, vas a llegar tarde – me decía Irene desde la puerta, interrumpiendo mis pensamientos -, no es fácil afrontar tantos cambios a la vez, y menos si se llega tarde. Nueva escuela, nuevo curso, nuevos compañeros… Y esto no es el pueblo. Date prisa, ¿quieres?
- Enseguida mamá – le respondí, y empecé a preparar las cosas. Me hizo gracia como me lo había dicho, como si no lo supiera, como si fuera la primera vez, como si no estuviera ya acostumbrado,…
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noviembre 20, 2009

07 Pequeña evasión

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Calma, tranquilidad, y… el timbre de la alarma repicando como si estuviera en mi oído.

Todos empezamos a correr por los pasillos del orfanato. Se precipitan los pasos, los gritos y el estruendo de la campana, mientras los miedos y la incertidumbre corren más rápido que los niños, buscando la salida, como locos. No sabemos de qué se trata, pero el sonido es suficiente escusa para salir al patio, y preguntar después.

Quizás sea por mi naturaleza, o porque el poco miedo que habitaba en mi interior murió hace mucho tiempo ya, pero una pesada curiosidad me hacía arrastrar los pies. Me di la vuelta y corrí hasta una de las ventanas de la fachada trasera. David, aquel niño inquieto al que di un buen susto por su comportamiento, se agazapaba de árbol en árbol intentando alcanzar la salida: se estaba escapando.

Quien lo hubiera pensado, hace nada estaba viviendo una gran aventura con mis amigos de 12 años del orfanato, y ahora estoy viviendo una real yendo tras David y sus casi 16 años, ¿por qué?, no estoy seguro, pero Carlos y Raúl no me hubieran seguido como ayer, cuando buscábamos el tesoro escondido, obteniendo como recompensa una chocolatina de Margareta, la cocinera. No, esta aventura se separaba de los juegos a los que me había acostumbrado.

Quizás por eso corría todo lo que podía, porque estaba harto, algo que también le había pasado a David. Sabía, desde nuestro enfrentamiento, que terminaría escapándose, y llevaba unos días recorriendo los límites del San Claire. Era cuestión de tiempo. Supongo que no reflexionó sobre lo que le dije, y fue guardando su ira poco a poco, pasando los días en silencio y algo aislado del resto de niños.

Y allí iba: llegué justo para verle cerrar la puerta de golpe a sus espaldas con fuerza tal para hacerla rebotar y dejarla medio abierta. ¿Y ahora? Corrí hasta allí, pero me detuve antes de salir ¿y si huyera yo también? Podría aguantar otro año en la tranquilidad de aquellas paredes. ¿Y si…?

Entre mis pensamientos vi a David colarse en una de las casas de la calle. Entendí entonces que su intención no era huir, de momento, ya que podrían pillarle con más facilidad. Había planeado aquello muy bien: se escondería en una casa hasta que pasara el revuelo… Es más listo de lo que pensaba. Tengo que hablar con él.

Me metí sigiloso en la misma casa y anduve por la estancia, buscando su escondite.

- Sigue sonando Manuel – salía una voz del dormitorio – enciende la radio a ver si dicen de qué se trata. – Una figura se acercaba al salón, donde me encontraba, así que me escondí rápidamente debajo de la mesa.

- Es la alarma del edificio de al lado mujer – respondía el hombre desde el salón – ¿no oyes que es aquí al lado? –

- ¡Me da igual! Enciéndela que no quiero oírlo y vuelve a la cama, ¿por qué estás tardando tanto? –

- Ya va, ya va –.

Aquel hombre torpe, lento y de vieja voz encendió la radio, desde la que sonaba una música alegre con un volumen demasiado alto, y volvió al dormitorio. David lo había pensado mejor de lo que creía: se había escondido en la casa de unos viejos, solos y medio sordos.

Le encontré debajo del sofá. Al verme no supo reaccionar: Le agarré de los pies y empecé a tirar de él, hasta sacarlo fuera. Pero había crecido, era mucho más fuerte ahora, y mis pequeños brazos no daban para mucho más, por lo que consiguió darse la vuelta y golpearme. Cuando se dispuso a repetir el golpe tiré con el pie de la silla hacia mí y la coloqué de forma que, al movimiento rápido del niño hacia abajo, quedase enganchado con la forma decorativa del respaldo, y le hice girar hasta que tocara el suelo, dejándolo tumbado, indefenso y atrapado... Justo donde quería.

- ¡Suéltame o te mato! ¡Suéltame o te mato! – repetía.

- Estas han sido las noticias nacionales – sonaba fuerte desde la radio, silenciando nuestro encuentro – en cuanto a los sucesos internacionales…-

- “Shh”, no grites que te van a descubrir – le dije con ironía, sin soltarle - ¿Por qué huyes? ¿No eres feliz en tu hogar? -

- …y su presidente del gobierno… -

- Ese no es mi hogar, ¡suéltame o te mato! –

- …ha anunciado reformas… -

- Si, si, eso ya me lo has dicho. Pero te estás equivocando, ¿qué vas a hacer fuera, en la calle, solo? ¿Has pensado también en eso o solo en tu pequeña evasión? -

- …la preocupación en toda la comunidad… -

- ¿Y por qué no te vas tú con tu familia?, es a ti a quien quieren más, no a mí. Solo eres tú. Te odio. ¡Te odio!

- …nueva marea tras el naufragio… -

- Escúchame imbécil, que te quede bien claro… - pero me detuve, al escuchar la radio.

- …”Tanio” en las costas de Bretaña. Los vecinos… -

Me quedé pensativo, y David totalmente paralizado, sin saber qué me pasaba. Por la mente se me cruzaron mil recuerdos, mil pensamientos, mil imágenes. – “Bretaña…” -. Tenía que volver al orfanato, al menos un año más. Entendí entonces que me había acostumbrado a vivir tranquilo.

- David – le dije, más calmado – busca una familia, o un grupo de amigos, o un sitio en el que te acojan y te quieran. Pero no estés solo, no te ayudas en nada – me levanté y me dirigí a la ventana, para volver al San Claire.

- Eso es, vuelve con tu estúpida familia – me dijo asustado aún, sin atreverse a levantarse. Y siguió amenazante: – pero ve deprisa, no vaya a pillarles el fuego… –

- ¿Qué fuego? -
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noviembre 13, 2009

06 Noches, leches...

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Camino, solo camino, y a los lados, el bosque, lleno de árboles y frío, más frío del que estaba acostumbrado a soportar. Y lleno también de animales, podía oírlos como despertaban los nocturnos dispuestos a una nueva jornada.

Y yo, camino, solo camino, aferrado a las dos botellas de leche que Madre me había mandado comprar hacía ya un buen rato. Y dejando atrás al hermano mayor. Si yo me había entretenido en el pueblo más de lo que debiera, él lo estaba doblando. Seguro que le castigaría bien, sobre todo por dejarme solo de vuelta hasta la casa.

Pero no sentía miedo. Estaba acostumbrado a recorrer aquellos parajes y conocía bien los posibles peligros. Las sombras de los árboles dibujadas con la escasa luz de la luna sobre el pedregal sugerían extrañas figuras que, al movimiento del aire, luchaban como depredadores. Y, si te apartabas de ese hipnotizador movimiento, caías en los murmullos, los susurros y los crujidos del profundo silencio de la noche, del bosque. Pero todo era escuchar… Bastaba concentrarse en estos para determinar su procedencia, y una vez detectada acudías a su gemelo menos aterrador: todo rincón del bosque a oscuras correspondía al mismo rincón del bosque, de día, cuando no resultaba amenazante.

“Adelante enanín, camina más deprisa, que te estás asustando” me estaría diciendo ahora, si fuese a mi lado en vez de haberse quedado en el pueblo, tonteando con las chicas de su escuela. Me quería y me protegía, siempre que consideraba que “estaba libre de atender otros asuntos”, y aumentaba su ego cuando me contaba historias y proyectos, y se hacía el valiente conmigo. Cuándo caminábamos de noche, como estaba haciendo, se inventaba canciones absurdas con los elementos que iba viendo, para que me sintiera mejor. Decía que así se espantaban los miedos y las preocupaciones. Y yo me reía. Me lo imaginaba allí conmigo gritando “noches-leches, leches-noches…” con una melodía tonta y dando vueltas alrededor hasta llegar a la casa.

Era curioso, con solo imaginarlo ya me entraba la risa, y empecé a reírme solo, como un tonto. Hasta tal punto llegó mi estupidez que, despistado con las carcajadas tropecé con un pedrusco, y al trastabillar, se me cayó una de las botellas de leche. El blanco puro que podía verse a la luz pasó a un negro puro en la oscuridad, al mezclarse con la tierra del suelo. Dejé de reírme. En ese momento si que estaba asustado, pero de lo que me dirían en casa. Seguí andando con el paso más ligero, pero encogido, por miedo a perder la otra botella. Mientras caminaba, con mil pensamientos en la cabeza, empecé a cantar con una voz suave y entrecortada:

- “Noites-leites, leites-noites…” -.
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noviembre 06, 2009

05 Demasiado tiempo para la felicidad

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A veces pienso en los mejores momentos de mi vida y reconozco que, aunque por aquel entonces no me diese cuenta o me lo tomase como un encierro, mi tiempo en el San Claire fue realmente tranquilo, y debería estar agradecido. Los días pasaron como tenían que pasar, sin incidentes, todo dentro de la rutina que se exigía. Y yo, adaptado ya a esta, conseguí no romperla, y portarme como uno más, sin problemas.

- ¿Qué haces Paula? –.

- Me he despertado porque tengo mucha hambre – me respondió la niña, sabiendo ya lo que pasaría después.

- Toma, pero que no te oiga nadie -. Le dije, dándole unas galletas.

Entenderás que no todo podía ser portarse bien, también tenía que hacer mis pequeñas incursiones a la cocina, entre otras… Y en cuanto a la niña, era una pequeña de cinco años que se había encariñado conmigo. Le ayudaba en muchas cosas, quizás porque me sentía identificado con ella, no lo sé.

- Gracias hermano -.

Me daba pena. Me llamaba así porque no tenía a nadie más y me decía una y otra vez que cuando encontrase un hogar, viviría conmigo, porque ella iba a necesitar a un hermano mayor.

- La profesora Elena me ha dicho que cuando me encuentren una familia voy a ser muy feliz – me comentó una vez - ¿estás feliz? -.

- Se dice “eres feliz” o “estas contento”, y la respuesta es sí – le mentí – termina lo que te han mandado – y no porque no estuviese bien en aquel sitio, sino porque con el tiempo había llegado a la conclusión de que nunca sería feliz en mi vida. En realidad, me equivocaba, pero allí, con tanto tiempo libre, tanto tiempo muerto, ¿cómo se puede ser feliz? No lo entendía.

- ¡Mira qué libro Andrés! ¿Me ayudas a leerlo? –

Me pidió una tarde, mientras yo terminaba deberes. – Espérate a que acabe, ve empezando tú -.

Al menos se entretenía con cualquier cosa. Yo también había conseguido algo de entretenimiento, así no estaba todo el rato jugando con Raúl y Carlos, me cansaba muy rápido. Elena me estaba enseñando a tocar el piano. Bueno, como sabes yo ya tocaba el piano, pero fingía que no sabía. Así me distraía y practicaba. Quizás no me sentía feliz, pero conseguía estar alegre en más de una ocasión. No estaba mal, después de todo.

- “Es un cerdo ganador…” – decía leyendo mal la niña detrás de mí – “mi cerdo no ha hecho trampas…” -.

Yo me volví de golpe - ¿Cómo has dicho Paula? ¿Qué acabas de leer? -.

- Es del libro, mira – contestó enseñándomelo- ¿Ves? Este es el cerdo, y este es el granjero, su dueño. Se llama José.

Me calmé al comprobar que se refería al libro. No sé por qué me había alterado tanto.
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