No recorres solo un camino, salvo si lo haces solo. Y por largo que sea nunca superas en tamaño a la anchura, bifurcaciones y veredas anexas por las que puedes caminar junto a una comunidad. A veces pensaba que alargar mi vida era un suicidio, y recorría el mundo en una sola direccción, como un lobo solitario que no entiende de leyes.
Quería encontrar a Laura. Ese era mi propósito, el sentido de mi viaje. Recorrí gran parte del viejo mundo, concentrado unicamente en dónde dormir hoy, dónde hacerlo mañana.
Aún en mente, el propósito se disolvió, y me concentré en aprender más sobre nosotros, y sobre los lugares a los que llegaba. Antes de Fael, no había visto, de forma consciente, personas como yo. Y ahora me sorprendía como un niño ante cada nuevo encuentro.
- Terminará consumiéndote si no lo olvidas. – Me decía Miguel – Es muy difícil dar con alguien de ese círculo, Andrés, por no decir imposible -.
- Si no lo hubiera hecho ya una vez, no lo estaría intentando -.
Pero motivos, había otros: deseaba saber más. Sabía por qué ciudades se movía Miguel, viajé y él me encontró. Le pedí respuestas, y también nuevas preguntas, como aquella vez en la que le clavé su propio cuchillo.
- No conoces a Iref, ¿verdad? Vive en la capital. Él sabrá responderte mejor que yo -.
Se refería más bien a su colección de escritos. Después descubrí que lo que es hablar, hablaba muy poco.
- ¿Dónde puedo encontrarle? -
- Más bien, cómo. Te indicaré cómo hacerlo -.
A nuestro alrededor había estallado otra gran guerra, lo que me dificultaría las cosas. Pero esta vez permanecería totalmente al margen, como si no existiese. Y todos los círculos con los que me crucé tenían ese mismo pensamiento: ya tenemos nuestros propios problemas, y guerras.
En la ciudad tuve que esforzarme para encontrar a un ser que se movía a cámara lenta, alrededor de una población fugaz, que se preparaba para morir.
- Este es mi viaje, Miguel, aunque acabe en el borde del mundo. Siempre será mejor que sentarme sin más, esperando a que el borde del mundo venga a mi -.