diciembre 02, 2011

05 Una familia cualquiera


Amalio se movía alrededor de la mesa discutiendo sobre el tema. Entre aspavientos y gritos a Irene se sentaba en la silla, y cogía enfadado los cubiertos. Cenábamos ya sin ganas por culpa del tema surgido.

La pobre Paula, por aquel entonces tenía unos seis años, miraba fija la mesa, sin saber qué hacer. No hacía mucho que nos habían adoptado, no estaba acostumbrada a las broncas familiares, y a su edad ni si quiera a las de clase.

Yo escuchaba aburrido los problemas que exponían los dos adultos, intentando comer entre las réplicas, pensando en lo complicado que hacen los mortales las cosas, retorciendo una y otra vez las soluciones, en vez de aplicarlas sin más.

- Yo te acompaño – se me escapó, cansado.

- No es tan fácil, Andrés. No te preocupes, solo estamos solucionandolo… -.

- No, estáis discutiendo, no lo estáis solucionando. Tú mismo lo has dicho hace un rato: “mejor sería que me acompañasen los niños”. Así lo solucionas todo: Paula se va con Inés al pueblo, y yo viajo contigo al congreso. Al menos salvamos un billete, ya que te preocupa, ¿no crees? -

Ninguno de los dos adultos decían nada. Me observaban extrañados, reflexivos, y miraban la mesa, reconociendo la razón que no me faltaba.

- ¿Con quién le dejarías en el congreso? No puede quedarse allí solo -.

- No, no puede ser. Aunque te quedases por allí sin molestar me lo reprocharían luego por la edad que tienes -.

- Pues no les digas mi edad – le respondí tranquilo, mientras retomaba mi comida –. Ellos no la saben, ¿verdad? Diles que tengo, por ejemplo, tres años más, y que estoy interesado en seguir tus pasos. Seguro que les encanta la idea y al final, me tendrán entretenido explicándome cosas aburridas sobre sus trabajos -.

Tenía razón, y lo sabían. Continuaron comiendo pensativos, mirándome de vez en cuando, y reconociendo con un cruce de miradas que estaba en lo cierto, aunque no supieran cómo, y que así, solucionaban su inútil problema. 

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