Antes de David fue Goliat. Cuando llegué a San Claire de la montaña, con mi apariencia de niño de diez años, tuve que adaptarme. Pero al principio, David no era el problema, sino un chico mayor, gordo, al que le decían Goliat.
Comenzó como un juego gritarle Goliat y que te persiguiera, pero con el aumento de fuerza del niño, y de crudeza del juego, pasaba de ser divertido a preocupante. Más que a nadie a mi, que ni estaba para juegos, ni quería llamar la atención intentando “calmarle”.
Necesitaba de la tranquilidad encerrada en aquelas cuatro paredes, al menos por tres años. Aburrido entre tanto niño, sí, pero sin tener que huir.
Un día Goliat comenzó a seguirme. Corrí lo que pude, y me agaché tras un parapeto del patio. Él pasó de largo creyendo que estaba a punto de cogerme. Y yo, comencé a seguirle.
Desde entonces ese fue nuestro juego durante los tiempos libre: él me buscaba, enfadado por no encontrarme, y yo le seguía, anotándome mentalmente el recorrido que repetía para darme caza.
Cuando lo tuve claro, robé su mochila del cuarto antes de la carrera. Le di esquinazo, y comencé a seguirle sin que me viese, como las otras veces. Mientras corríamos, yo iba llenando su mochila con objetos que iba encontrando, en las clases, los pasillos,… Y cuando estaba llegando al despacho entreabierto del director, reduje la distancia y le tiré la mochila abierta a la cabeza, con fuerza suficiente como para que golpease también la puerta. Y me escondí.
Cuando el director salió a ver qué había pasado encontró a un chico que parecía haberse resbalado por correr en los pasillos, y que guardaba en su mochila objetos personales de todo el San Claire.
No hay comentarios:
Publicar un comentario