Cómo se olvidan las cosas. Es increíble como el tiempo puede borrar cosas que para aquel presente son muy importantes, y ahora tan solo anécdotas que tienes que refrescar.
- No quiero verle jamás - lloraba Paula en su cuarto, consolada por su madre.
Lo superaría. Pero en aquel momento parecía morir, (una suerte, mala, que sí corrió su novio).
Tuve que mentirle. Le dije que cuando yo me iba de la casa le vi salir corriendo a la llamada de un grupo de amigos, e irse con ellos, pero que pensaba que él se lo había dicho antes de marcharse de ese modo. Pobre chico. No me gusta mentir sobre lo que nadie puede cambiar.
No sé qué hizo Fael, pero se las arreglaría para atar cabos, porque nada más se supo, ni se recordó. Literalmente, pareció como si a aquel novio de Paula se lo hubiera tragado la tierra (o el tiempo, o el olvido).
- No te preocupes, Paula – le decía Irene – A esa edad los niños son muy tontos -.
Ya, pero duele, me contesté. Yo miraba a Irene, y ella me entendía. Siempre sospeché que sabía algo de mi naturaleza, y siempre me había entendido a la perfección: No te preocupes por ella, le decía con la mirada, se le pasará, sabrá superarlo, porque sabe cuidarse sola, y porque estoy yo aquí para que no le pase nada. Para recordarle lo que le hace fuerte, y lo que le hace reír.
- Ánimo hermanita – le dije –que llorar solo moja – y se rió.
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