Serena como un sonámbulo, y fría, soltaba el libro que estaba ojeando en el stand del final de la calle. La mujer, rodeada de gente, caminaba por un vacío que observaba, acechando. Era guapa, de eso me acuerdo estupendamente, no tanto de las dudas. Pero sus ojos no mentían.
Aquella madre que dejó a su niña llorando salió de la calle y, ante la ausencia de miradas ajenas, le golpeé con fuerza la cabeza, y cayó inconsciente.
No podía comprobarlo, tenía que ser todo, o sería nada. Si Fael despertaba y encontraba un nuevo cuerpo al que saltar habría perdido días de búsqueda, sino la pista por completo.
Aquella mujer, que visitaba los nichos aquel día, despertaba en el mismo cementerio, tumbada en una caja de madera, encajada en una tumba, dolorida y bien atada, amenazada por un joven y una pala que arrojaba tierra sobre ella.
- ¡Ayuda! ¡Socorro! ¡Por favor! –
- No insistas Fael. Aquí nadie te oye. – Le decía mientras seguía cubriendo su cuerpo con arena. – Y si tenía alguna duda, tus ojos, nada más despertar, me la han resuelto -.
Un leve viento y el frío de la noche confirmaban mis palabras, el cementerio estaba desierto, con un silencio solo roto por la pala. Pero yo no la oía. En mi cabeza solo sonaba el golpe de Laura al desplomarse, y el llanto de aquella niña.
- No puedes matarme Andrés. Soy como tú, ¡piénsalo! ¿Acaso has perdido el juicio? –
- Sé que ese cuerpo sí es mortal, y cuando se quede sin vida, dime, ¿sobre quién saltarás ahí abajo? -.
La agresividad de Fael fue en aumento junto a su impotencia. Empezó a agitarse, buscando zafarse, pero su cuerpo estaba bien atado, y magullado. Cada vez que gritaba de rabia, le vaciaba una pala en la cara.
- ¡Andrés! ¡Te mataré, igual que a Laura, de la misma forma! ¿Me oyes? ¡Sácame o te juro que te mataré! –
- La promesa de un muerto es efímera como la vida…. –
Le cubrí primero la cabeza. No quería oír nada más, ya había hablado y gritado suficiente. Mientras seguía tapando, su cuerpo se agitaba con espasmos cada vez menos frecuentes, hasta que el montón de arena que ya se había formado dejó de moverse.
- Aquel día en el cementerio aprendí que morimos más de una vez en la vida -.
- Y a más vives, más veces mueres, pequeña -.
Cerré bien la tumba, la misma sobre la que rezaban la madre y la hija, cuyo féretro había enterrado antes junto al muro viejo. Y olvidé, por miedo, el nombre de aquella lápida. Hasta hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario