Formaba parte de la estampa: con nueve años, ropas marineras le decían (pero no tenía otra cosa), sentado en el murete, con las piernas hacia el puerto, esperando a que alguno de los pescadores me diese alguna clases de trabajo. Barcelona me permitía mucha movilidad, lo que suponía también más problemas. Pero sabía zafarme.
No lo recuerdo bien pero, mirando la foto, después de todo lo pasado, recuerdo aquella niña de quizás siete años que cargaba con más cestas de lo que sus cortos brazos abarcaban.
- Gràcies -.
- De res, petita -.
- ¿Eres pescador? -.
- Se puede decir que sí. Aunque no solo pesco peces -.
- Qué raro eres -. Y me sonrió.
Recuerdo lo extraña que era ella también. Le brillaban los ojos, y aparentaba más edad al hablar.
- ¿Qué edad tienes? –
- A una chica no se le pregunta por su edad -.
- Eso es a las mayores -.
- ¿Tan pequeña crees que soy como para decirte mi edad? –
- No tanto, si no, no hubieras podido con tantas cestas -.
Y ambos reímos.
La busqué más veces sin éxito, porque quería saber más de ella, y porque algo me decía que la volvería a encontrar. Pero el cambio de ciudad hizo que me olvidara, como un buen sueño que olvidamos porque, ya cumplió su propósito.
- ¿Cómo te llamas? – le pregunté antes de perderla de vista.
- Laura -.
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