- Tranquila – le grité a los ojos.
Helena lanzó el cuchillo al cuello del maquinista con gran velocidad. Salté sobre ella, pero giró golpeandome con el dorso de la mano, y choqué con la pared del vagón, cayendo al suelo.
Ella avanzó hasta los mandos de la locomotora evitando pisar al hombre que se desangraba casi en silencio. Cuando logré incorporame Helena me miraba, sentada con el cuchillo nuevamente en la mano.
- ¿Por qué has hecho eso? -
- Porque tengo que morir. A ellos no les aprecio pero tú, siento que estés aquí -.
- No te entiendo, ¿cómo pretendes morir? -
- Estrellando el tren. ¿De qué círculo eres? -
Sin duda ella había vivido más. Le indiqué un tres con los dedos y ella asintió.
- Si quieres puedes saltar del tren, no te detendré -.
- No funciona así, tendrías que empujarme tú, o no renacería. Me quedaré -.
- Morirás entonces. Para siempre -.
- Para siempre no es un concepto muy acertado en nosotros. Creo que estás confundida -.
- Tienes razón, si algo fuera en nosotros para siempre, no estaría ahora aquí. Pero te equivocas: sé cómo matarnos -.
- ¿Puedo preguntarte qué te pasó? -
- Precisamente eso, que nada es para siempre, aunque lo creamos de nosotros mismo, o de las personas. Sobre todo las que más quieres. Pero ya no importa… -
- Te entiendo, conozco esa sensación, sé lo que es perder a alguien… Pero sigo sin creerte -.
- Todos tenemos reglas, y un modo de vivir, y de morir. Me lo repetía constantemente Jaël por si llegaban complicaciones, no las nímias de los humanos sino reales. Me decía que si morimos junto a muchos, a la vez, nuestra naturaleza se desvanece junto al resto de mortales -.
Aquello me desconcertó, pero no temía que fuese verdad: si cada uno tenía un modo de morir, yo no era como ella. Tengo que reconocer también que en el fondo no me importaba si realmente tenía razón.
- ¿Y ves normal provocar más de cien muertes por un suicidio? -
Helena se llevó el filo del cuchillo a uno de sus dedos y lo cortó de un solo tajo. El dedo cayó al suelo, sangrando, pero ella parecía no haber sentido nada.
- ¿Y es esto normal? ¿Es normal nuestra vida? Lo único que me parece normal ahora mismo es la muerte. ¿Acaso tú no estás cansado de vagar por el mundo, cambiando, renaciendo, perdiendo a todo el que se te cruza? Tú lo has dicho, “para siempre” no va con nosotros porque nada dura a nuestro alrededor. Pero estamos condenados a recordarlo una y otra vez.
No me había dado cuenta hasta entonces, pero el tren había aumentado su velocidad progresivamente, y ahora chirriaba. Tras aquellas palabras me quedé inmóvil, mirandole a los ojos, mientras la herida en su dedo dejaba de gotear paulatinamente.
No me movía, tan solo pensaba, en lo acertada que estaba, en lo que de verdad tenía y no tenía, y en los sentimientos que compartíamos: mi vida también era el goteo de algo sesgado. Así continuamos, mirándonos en silencio, envueltos por un sonido metálico cada vez más fuerte, hasta que todo se volvió del revés, desapareciendo la escena entera con un golpe inmenso.
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