El bosque denso, los árboles altos, la noche oscura, las piedas, el único mejor camino. Corría rápido, con el frío en la cara, y los troncos parecían farolas de una autovía, líneas de luz de la luna reflejada, infinitas.
Después de aquel accidente me cansé de la vida entre trenes, y renací con tres años menos. Y seguí buscando, vagando esta vez a pie. Pero me bajé en la estación equivocada, en el país equivocado aquel año: tanto tiempo de paz que había olvidado el sufrimiento colectivo que provocan las guerras.
Estuve prisionero unos meses en un campo de refugiados, o de “refugiados”. Y una noche escapó un grupo amplio, también yo, hacia la seguridad del bosque.
- Vdaruk, vdaruk – me gritaba un hombre que corría cerca, haciéndome gestos con las manos para que me alejara de él.
- Niesta, kdari na, kdari na – le respondí, porque unidos era más fácil sobrevivir. Es decir, le sería a él más fácil.
Pero me equivocaba, no me decía “fuera” sino que advertía que nos habían rodeado. De entre los árboles silbaron un par de balas que impactaron en el hombre. Las siguientes, mientras me cubría en los troncos, me rozaron el brazo.
Desde mi posición observé el amplio grupo que corría hacia el interior, y como le habatían fogonazos que salían desde distintos sitios de la naturaleza. Y entonces pasó algo curioso: los fogonazos daban paso paulatinamente al sonido de un golpe seco y un cuerpo cayendo al suelo, y cuantos más se oían, más inquietos se volvían nuestros atacantes.
Miré la herida del brazo, después el cuchillo que escondía, y observé de nuevo la escena. Con el cuchillo en alto a mis espaldas me lancé en dirección al último sonido seco, con la cabeza bien agachada para evitar ser alcanzado, y con el máximo silencio del que era capaz. Conforme localizaba un atacante, le asestaba una puñalada mortal, y corría a desvanecerme de nuevo entre los árboles.
Y llegué hasta el origen de la resistencia: un hombre de extraña apariencia asestaba golpes a los soldados que se apostaban, con mayor sigilo y rapidez que yo, manejando un alto bastón que emitía un ligero silbido, y parecía esquivar las balas, pues ninguna de las que se dirigían hacia él llegaban a darle.
Cuando me vio, observé un brillo en el fondo de su capucha.
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