Mirábamos el fuego convencidos de nuestra suerte, un fuego hipnótico que lo devoraba todo, también nuestra atención.
Eramos tan diferentes como iguales, un perfecto antagonistas. Quizás por ello teníamos objetivos contrapuestos, lo que nos convertía en enemigos.
Pero en el fondo nos apreciábamos, y hubiéramos deseado encontrarnos en otras circunstancias. Quizás, no sé, era por el hecho de ser del mismo círculo los dos; es lo que tiene la soledad, que une a muchos.
- ¿Y bien? -
- Tan solo nos queda luchar -.
Como líderes de cada ejército nos enfrentábamos para frenar una batalla, aunque la guerra continuaría, un episodio de hace años ya, que no conocísteis los mortales, que enfrentaba dos bandos: el que no quería intervenir, y el que buscaba someter al mundo a un gobierno de inmortales.
Pero tanto Zael como yo dudábamos del bando que habíamos escogido (casi por casualidad), debido con gran seguridad a que en el fondo, no queríamos participar, y en la guerra, las dudas, no son aliadas.
- Es curioso, tenemos practicamente los mismos años -.
- Y nos mantenemos en la misma edad -.
- Una buena edad, por cierto -.
- Con tres años menos estábamos mejor -.
- Eso decimos siempre, y aún así seguimos creciendo -.
Comenzamos a prepararnos para enfrentarnos. Cerrábamos nuestras ropas largas, dejando accesibles los distintos filos. Y tensábamos los músculos.
- ¿Preparado? A las malas, nos vemos en años y años, con la guerra inacabada -.
- Y a las buenas, despertamos mañana, y todos se han olvidado -.
- En cualquier caso dormiremo, como seres insomnes cansados de tantas vueltas -.