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Realmente no me dan miedo los cambios, y menos después de todo lo que he pasado. Pero no se trata del “qué” en sí, sino del “por qué” sin más: ¿por qué cambiar? ¿Por el simple hecho de la naturaleza humana? Y si es así, ¿Por qué nos asusta tanto? ¿Por qué temer a lo nuevo?
- ¡Vamos David, a qué esperas! ¿Tengo que hacerlo yo también? Escúchame niño, voy a clavarte el cuchillo si no eres lo suficientemente rápido como para dispararme con el arma que te he dado, así que procura no fallar y demuestra que ya eres un hombre. ¿A qué estás esperando? No eres nada, ¡no eres nada!, ¿me oyes? Vas a acabar metido hasta el cuello en mierda todo lo que te queda de vida, por eso he venido hasta aquí, porque ya estás perdido desde el día en que elegiste venir, desde antes de que te escapases -.
El niño me miraba con odio en los ojos, decidido a disparar, pero esperando el valor. De vez en cuando repasaba aquella vieja estancia, sucia y maloliente, esperando encontrar a alguno de sus compañeros adultos de fechorías. Pero ya no había nadie…
- Si, sé que yo he tenido algo de culpa, pero ya elegiste… -
- ¿Algo de culpa? – Respondió, pero no sabía cómo continuar - ¡Te he tenido miedo tanto tiempo! ¡Te he odiado tanto! –
- Pues decídete, elige de nuevo, y esta vez no te equivoques -.
Alzó el arma para apuntarme, pero sabía que no lo haría, no a sangre fría, no sería capaz.
No digo que no lo vuelva a hacer, o que me arrepienta, pero para mí mis actos eran una forma de supervivencia, y me aferraba a cualquier cosa de la que pudiera tirar. Me abalancé hacia él alzando el puñal y sentí como la bala me atravesaba y me tumbaba en el suelo.
Se decidió… o decidí yo por él. He de reconocer que eso era lo único que me preocupaba mientras caía.
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Realmente no me dan miedo los cambios, y menos después de todo lo que he pasado. Pero no se trata del “qué” en sí, sino del “por qué” sin más: ¿por qué cambiar? ¿Por el simple hecho de la naturaleza humana? Y si es así, ¿Por qué nos asusta tanto? ¿Por qué temer a lo nuevo?
- ¡Vamos David, a qué esperas! ¿Tengo que hacerlo yo también? Escúchame niño, voy a clavarte el cuchillo si no eres lo suficientemente rápido como para dispararme con el arma que te he dado, así que procura no fallar y demuestra que ya eres un hombre. ¿A qué estás esperando? No eres nada, ¡no eres nada!, ¿me oyes? Vas a acabar metido hasta el cuello en mierda todo lo que te queda de vida, por eso he venido hasta aquí, porque ya estás perdido desde el día en que elegiste venir, desde antes de que te escapases -.
El niño me miraba con odio en los ojos, decidido a disparar, pero esperando el valor. De vez en cuando repasaba aquella vieja estancia, sucia y maloliente, esperando encontrar a alguno de sus compañeros adultos de fechorías. Pero ya no había nadie…
- Si, sé que yo he tenido algo de culpa, pero ya elegiste… -
- ¿Algo de culpa? – Respondió, pero no sabía cómo continuar - ¡Te he tenido miedo tanto tiempo! ¡Te he odiado tanto! –
- Pues decídete, elige de nuevo, y esta vez no te equivoques -.
Alzó el arma para apuntarme, pero sabía que no lo haría, no a sangre fría, no sería capaz.
No digo que no lo vuelva a hacer, o que me arrepienta, pero para mí mis actos eran una forma de supervivencia, y me aferraba a cualquier cosa de la que pudiera tirar. Me abalancé hacia él alzando el puñal y sentí como la bala me atravesaba y me tumbaba en el suelo.
Se decidió… o decidí yo por él. He de reconocer que eso era lo único que me preocupaba mientras caía.
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