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Rodando cuesta abajo por el prado, esa fue mi última visión del hogar que tenía en Bretaña. Después la noche, el bosque, la carretera, un coche y mucha confusión bien aprovechada. Años después pasaría la frontera.
No podía quedarme. Tenía que huir. No sé si hubieran matado a un niño de ocho años. No podía arriesgarme. El aislamiento no era una opción. No podía permitir que me encerraran a saber cuántos años, o qué me depararía. Me había acostumbrado a una familia otra vez y, aunque en tiempos agitados, me aportaban tranquilidad. Pero no podía perder ni un gramo más de libertad.
Llevaba unos años ayudando a una pequeña resistencia organizada entre los pueblos de alrededor. Una de las casas cayó, conmigo dentro. Los soldados irrumpieron mientras escapaba colina abajo, y terminé rodando. ¿Qué hacía allí? Quiero creer que me lo mandaron porque pensarían que mi final no sería tan cruel como el suyo, y no que me lo dijeron porque sabían que no lo entendería. Pero me la jugaron.
Debía mantenerme allí para un intercambio: Tenía que hacer el sonido de un gato para que el mensajero me respondiese con el de un perro, esa era la consigna. Pero el primer soldado que se acercó con sigilo debió enterarse mal, porque yo no respondía, y terminó él haciendo el gato. Yo estaba atento a la sombra que se acercó, asegurándome de que no fuera una trampa. Y efectivamente, en cuanto oí el sonido del gato salté por la ventana.
Los pocos hombres de aquella resistencia estaban cansados, agotados, sin soluciones, sin saber qué pasos dar,… Aquel mensajero podía aportarles recursos imprescindibles para el resto de su lucha, pero sabían que si llegaba tarde, quien estuviera en el refugio estaba condenado. No les culpo, yo también hubiera mandado a un niño, mucho más probable de salvarse. Pero si al menos me lo hubieran dicho…
- Il ne tardera pas à arriver, sois fort! -
- Ai j'à seulement faire le chat? -
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Rodando cuesta abajo por el prado, esa fue mi última visión del hogar que tenía en Bretaña. Después la noche, el bosque, la carretera, un coche y mucha confusión bien aprovechada. Años después pasaría la frontera.
No podía quedarme. Tenía que huir. No sé si hubieran matado a un niño de ocho años. No podía arriesgarme. El aislamiento no era una opción. No podía permitir que me encerraran a saber cuántos años, o qué me depararía. Me había acostumbrado a una familia otra vez y, aunque en tiempos agitados, me aportaban tranquilidad. Pero no podía perder ni un gramo más de libertad.
Llevaba unos años ayudando a una pequeña resistencia organizada entre los pueblos de alrededor. Una de las casas cayó, conmigo dentro. Los soldados irrumpieron mientras escapaba colina abajo, y terminé rodando. ¿Qué hacía allí? Quiero creer que me lo mandaron porque pensarían que mi final no sería tan cruel como el suyo, y no que me lo dijeron porque sabían que no lo entendería. Pero me la jugaron.
Debía mantenerme allí para un intercambio: Tenía que hacer el sonido de un gato para que el mensajero me respondiese con el de un perro, esa era la consigna. Pero el primer soldado que se acercó con sigilo debió enterarse mal, porque yo no respondía, y terminó él haciendo el gato. Yo estaba atento a la sombra que se acercó, asegurándome de que no fuera una trampa. Y efectivamente, en cuanto oí el sonido del gato salté por la ventana.
Los pocos hombres de aquella resistencia estaban cansados, agotados, sin soluciones, sin saber qué pasos dar,… Aquel mensajero podía aportarles recursos imprescindibles para el resto de su lucha, pero sabían que si llegaba tarde, quien estuviera en el refugio estaba condenado. No les culpo, yo también hubiera mandado a un niño, mucho más probable de salvarse. Pero si al menos me lo hubieran dicho…
- Il ne tardera pas à arriver, sois fort! -
- Ai j'à seulement faire le chat? -
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