La heladería era otro de los lugares preferidos, nadie gastaba un verano sin pasar por ella, todos atraídos por un placer frío. No se veraneaba mucho por allí, ya que andar ocioso era bastante veraneo para la mayoría, lo que hacía más importante la vida en el barrio, los grupos que se formaban en torno a un kiosco, en la playa o pasando por la heladería.
Los dos estábamos sentados en la barra, tomando un helado. Yo, acostumbrado a analizar mi entorno, en otros días manía de supervivencia, notaba la escena como una orquesta repetitiva: cucharada, miradas, sonrisa, cucharada, el camarero que pasa, un grupo que vocifera, cucharada,… y entre medias la conversación.
- ¿Te gusta? –
- Qué -.
- Tú helado –.
- Sí -.
La orquesta se repetía, y ambos nos acomodamos en las banquetas. Estábamos muy pegados, apoyados en la barra, con los pies cruzados.
- ¿Por qué no me has llevado al cine? ¿No llevas allí a las chicas? –
- Ya las he visto todas -.
- Mentira. Eres un mentiroso -.
- La verdad es que prefiero este lugar, es más especial -.
- ¿Por qué? –
- No lo sé, es especial. Quizás por la luz… -
- O porque te gusta el helado -.
Me reí. Aquella situación era muy diferente, Laura me gustaba de verdad, mucho además, y sentía que a ella también le gustaba.
- Bueno… me gustas más tú, quizás eso lo haga especial -.
- Qué tontería. Y si no estuviera ¿no sería el mismo sitio? –
- No, preferiría otro lugar en el que sí estuvieras -.
- ¿Aunque te quedaras sin helados? –
- Aunque me quedara sin lo que sea -.
Y como suele pasar cuando algo lo hace único, todo quedó en silencio. Ya no había cucharadas, se derretían en sus vasos. Ya no había camarero, ni griterío, ni trasiego. Tan solo ella. Ya no había miradas, había cerrado los ojos, ni sonrisas, ocultas ahora por mis labios. La besé hasta que el frío de la boca por el helado se tornó cálido, y después, nuevamente frío, como si aquel momento en realidad hubiera durado toda una estación.
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