Esta vez yo di con él. Saltar sobre el novio de Paula me caía mas de cerca que ninguna otra muerte. Tendría que haberle dado alcance aquel día, pero escapó. Ahora me tocaba a mí...
- ¿No eres tú el que querías jugar? ¿No te diviertes? –
Peleábamos como dos perros callejeros. A mi suerte, había saltado en alguien más pequeño que yo, y le golpeaba con la fuerza de esa pequeña ventaja, aunque a ambos se nos notaba la acumulación de años.
- Por fin te veo libre, pequeño -.
- No me llames así – le dije mientras le apretaba al suelo por el cuello.
- ¿Crees que puedes detenerme? No tienes ni una sola posibilidad -.
Y sucedió lo que estaba intentando evitar, que nos vio alguien. Un hombre adulto nos miraba estupefacto, y empezó a acercarse para separarnos. Entonces Fael le miró a los ojos, y saltó sobre él…
Ahora Fael era el hombre, y se acercaba hacia mí riendo. Pero yo también sabía trucos, aprendidos con el tiempo y la falta de miedo. Corrí hacia él y con un salto le derribé, golpeándole en la cabeza. Con lo grande que era rodé por el pavimento.
Y así quedamos los tres por un momento, tumbados, tirados en el suelo: el nuevo Fael, el niño sobre el que había saltado, ahora muerto, y yo.
- Podríamos hacer grandes cosas – me decía incorporándose. Se le notaba algo aturdido por mi movimiento -, pero te empeñas en vivir con humanos. Quizás si elimino el empeño cambiases de idea – entendí al instante que me estaba amenazando.
- Y tú podrías ser mejor humano – le dije también amenazante, incorporándome – si te quisieras un poco, si dejaras de pensar como un perro vagabundo al que nadie quiere -.
- ¿Acaso te crees feliz porque tienes un hogar? ¿Cuánto crees que va a durar? Los hombres son cambiantes… -.
- ¡Todos somos cambiantes! ¿Tanto te cuesta entenderlo? ¿Tan ciego estás? – mientras hablaba buscaba con la mirada algo con lo que golpearle – Y si vas a ser tú el que decidas los cambios de los demás, créeme, conseguiré detenerte, aunque me cueste -.
Ya tenía algo localizado, una vara metálica corta pegada a la pared, más cerca de mí que de Fael, por lo que había posibilidades de llegar antes. Pero él también había hecho cálculos, y no me había dado cuenta. Mientras hablábamos había retrocedido un poco.
- Bueno, si tú no entras en razón, quizás alguien a quien quieres te convenza – aquello fue un relámpago: lo tenía preparado – Un sillón dentro de un faro abandonado puede ser muy persuasivo…
En un giro perfecto salió corriendo, huyendo de donde estábamos, perdiéndose tras torcer en la siguiente calle.
Sentí caer como antes lo había hecho el pequeño cuerpo desde el que saltó Fael, pero sabía que no tenía tiempo, y corrí tras él. No le vi en la siguiente calle. Las dudas me paralizaban demasiado: ¿cómo sabía lo del faro? ¿Cómo no visualicé su plan desde el principio?
Pero un miedo me pesaba más que las dudas, un temor que entendía a la perfección, aunque no quisiera. Un pensamiento que me hizo correr como si estuviera endemoniado, rabioso, en dirección hacia el faro, hacia donde suponía se dirigía Fael.
- ¡Laura! -.
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