- ¿Y qué vas a hacer? –
- ¿Qué puedo hacer? –
- ¿Ahora lo entiendes? –
- Siempre lo he entendido -.
Pero no había hecho nada. Y ahora qué, tenía algo que hacer. Todo lo que te cuento fue antes de mi largo viaje, de aquel deambular que me llevó hasta aquí, hasta ti. Este fue mi por qué.
- ¿Le seguirás otra vez? –
- ¿Le seguirías tú? –
Miguel y yo hablábamos en la misma estancia en la que le clavé su cuchillo.
- No, le mataré, y tú me dirás como -.
- No es fácil acabar con alguien como nosotros -.
- No te he pedido problemas. No estoy aquí para que me digas qué no puedo hacer. No voy a seguirle como has hecho tú. Voy a encontrarle, y le mataré -.
Aquel día trazamos el plan, sin seguridad alguna. Pero con la fuerza de una victoria que oía a lo lejos, como a las olas del mar desde el viejo faro, una victoria del que sabe que ha de luchar para tenerla, del que ansia la lucha sobre todas las cosas.
Pero no fue lo único que tracé aquel día, también mi viaje, una racha de esperanza que me ayudó sin duda. Tengo que confesarte que llegué aquí buscándola a ella, por eso recorrí casi todo el mundo, gastando años de mi inmortal vida, esperando el reencuentro.
- Detener a Fael es justo, pero la venganza ciega no es la mejor compañera -.
- No me importa lo que digas. Ha destruido un trozo de mi, uno de los dos se irá para siempre -.
Miguel me miró diferente, como si encontrase otro significado a lo que había dicho.
- Entiendo el dolor, y los problemas que Fael ha sembrado a tu alrededor. Pero, ¿Cuándo dices “ha destruido”…?
- Me refiero a ella, sí. O quizás a mí mismo. Aún la quiero. Sin ella me falta todo -.
- Pequeño inmortal de ojos verdes, creía que lo sabías: ¡Laura es como nosotros!, cercana a tus años. Murió como haces tú y los de tu círculo, pero no desapareció de este mundo.
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