Disfrutaba en los recreativos. Casi todos pasábamos por allí de vez en cuando. Julio jugaba al billar, practicando para ganarme, seguramente. Yo estaba en una mesa, esperando a Laura, observando la escena que tanta curiosidad me ofrecía.
Paula reía sentada con sus amigos, y su novio. De vez en cuando me miraba para comprobar que yo no la miraba, y así creía, pues yo disimulaba. Algunos compañeros machacaban las máquinas, o jugaban al futbolín, o hablaban con el simpático camarero, riéndose del otro, más borde.
Sin duda era todo un mundo aquello, un lugar raro y algo loco si estabas mucho tiempo, pero alegre. Veías a la gente reír, despreocupados, moviéndose todas las cabezas al son de un baile desigual. Y entre todas las risas, sus ojos, esa mirada reconocible: Fael estaba allí.
Se me cambió la cara, incluso el cuerpo. Me levanté y caminé con tranquilidad hacia la salida, y hacia una de las calles laterales. Fael me siguió de cerca creyendo seguramente que hablaríamos, pero de nada quería yo hablar.
- ¿Qué demonios quieres? – le grité a la cara tras cogerle de la ropa y pegarle con fuerza a la pared. Él me sonreía. – Te dije que me dejaras en paz, ¿no te basta como respuesta? –
- Creo que no es lo que quieres, pequeño. He venido a hacerte una propuesta -.
- No me interesa – dije rápido, y me volví. Entendí entonces que no le valían las respuestas, que me gustase o no, tendría que intervenir de alguna forma.
- Yo creo que sí, y tú no la has oído todavía -. Ya me estaba alejando, pero había durado poco el farol: en cuanto volvió a hablar corrí hasta él y de nuevo le golpeé contra la pared. – Quizás a alguno de tus amigos sí le interese… -
- Escúchame bien, inmortal. No sé como matarte pero te aseguro que si te vuelvo a ver por mi vida encontraré la fórmula, o al menos te causaré un dolor tal que tardarás un par de vidas en olvidarme -.
Le solté mientras le observaba con la respiración entrecortada por el esfuerzo. Ya no sonreía. Cuando iba a hablar otra vez volví a interrumpirle de golpe, marcándole lo poco que me importaba lo que dijese, y en un intento de supremacía.
- Lárgate. Hay mucho mundo ahí fuera. No me necesitas para nada, hagas lo que quieras hacer. Y yo no te necesito. Así que déjame en paz –. Me di la vuelta y me fui despacio, sin volverme siquiera al grito de su respuesta.
- No sabes lo que quieres. Podríamos dominar todo el mundo de ahí fuera, y te empeñas en una pequeña porción, pareces un bebé encerrándote con mortales. ¡Claro que me necesitas!, pero no quieres verlo -.
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